La negra de la cosa blanca


Alejandro Calle Cardona

Crónicas y reportajes / agosto 13, 2017

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Tiene 53 años, 21 de ellos vendiendo jalea negra aunque la preferida de la gente es la blanca. Camina sin importar si hace sol o si llueve, por las calles de San Antonio de Prado, La Estrella y el sur de Itagüí. Pregona, a toda fuerza, que es la única negra con la cosa blanca y empolvada del país. Ahora sueña con una pensión para descansar y tener una vejez digna.

No para de gritar, cantar y reír. Es de piel negra, nariz redonda, estatura media y una sonrisa tan grande como sus caderas. Pocos saben su nombre, pues a todos los que ve y le compran la gelatina de pata los llama “jale” y a ella la llaman igual, o la negra, por obvias razones.

Gloria Ampudia Perea nació en Condoto, en el departamento del Chocó, aunque dice no conocer ese rincón olvidado del país. Su padre salió desplazado por la violencia y llegó a Medellín junto con sus otros cinco hermanos cuando ella era una pequeña de seis años.

Llegaron al barrio La Iguaná, pero su padre se fue para el Urabá antioqueño a buscar mejor suerte, la misma que no corrió la familia de Gloria porque de allí, también tuvieron que salir por cuenta del invierno y la creciente de la quebrada.  A su madre y hermanos les dieron casas en diferentes barrios de la ciudad y a ella, el destino la llevó hasta El Limonar, en San Antonio de Prado.

Desde que tiene uso de razón, dice, le ha tocado trabajar. “Empecé en el estadio pero un alcalde le dio por poner casetas y a prohibir la venta de licor, entonces ya no valía la pena. Mejor me puse a vender jalea”, relata entre risas mientras camina por las calles de Pradito.

Comenzó en el arte de la gelatina de pata hace más de veinte años, cuando trabajaba para alguien más, pero que con el tiempo se quedó con el negocio porque según ella, no podía dejar tirar la clientela. Cada semana convierte cien patas de vaca en jalea negra y blanca, desde las dos de la mañana, cuando terminan su cocción, hasta que la coge la mañana.

Entre las ocho de la mañana y el mediodía, arregla casa, sus cosas y la de uno de sus sobrinos con quien vive. A las 12:30 sale con su carrito de aluminio a vender 150 unidades de gelatina empolvada, hasta que la coge la noche, a veces hasta las nueve, otras veces hasta las once.

No sabe cuántos kilómetros recorre de miércoles a domingo por las empinadas calles del sur. Lo que sí sabe es que ya el médico le diagnóstico problemas en su columna y desgaste en la rótula de sus rodillas. Pero hasta en eso, le saca el chiste, “estoy esperando a que la EPS le dé la gana de darme la cita con el ortopedista pero usted sabe que aquí todo es luchado y peleado a punta de tutela. Vamos a ver cuándo será”, dice Gloria.

“¡Baloto, baloto, me compran jalea o me empeloto!”, canta la negra en una de las esquinas de Pradito y de inmediato, quienes la escuchan, se echan a reír. Es difícil contener las ganas. Otros, se acercan a comprar tal vez asustados por la advertencia, mientras otros la regañan porque no volvió a sus barrios.

-¿Negra, por qué no volvió al barrio Pilsen?, le reclama Estefanía de 23 años.

-Jale, es que ya me queda difícil la subida desde allá a pie con este carrito, jale (sic).

“La conozco desde que tengo uso de razón y hace mucho no la veía. Su gelatina es la mejor y la gente pregunta mucho por ella”, dice la joven que compra el paquete de seis gelatinas por cinco mil pesos. Esa es la promoción de la negra para atraer clientes.

¿Pero de dónde saca todas sus canciones? “¡Pues de la vida en la calle, jale!”, responder entre carcajadas. La gelatina que vende es suave y dulce, como muy pocas; algunos dicen que es la mejor que han comido. El secreto, revela Gloria, es el amor con el que hace las cosas y la alegría a la hora de vender. Por cada cuadra que pasa, la gente le grita, le sigue los coros y le echan piropos a su jalea. Taxistas, buseros, motociclistas, niños, abuelos, mujeres, todos, sin importar edad, desean cosa blanca de la negra.

Es sábado en pleno puente festivo y como es normal, los barrios están un poco más solos y eso golpea las ventas de Gloria. “Jale, la gente se va a pasear y los que quedan a veces no compran porque ya los médicos pusieron a sufrir a todo mundo de azúcar”, dice.

El sol, golpea de frente. Con un trapo azul se seca el sudor de la cara, luego de vender dos paquetes de sus promoción de seis gelatinas. Toma su carro y continúa el camino por la calle más empinada del barrio, por la misma que los buses de San Antonio de Prado suben en segunda.

La “jale” recorre cada semana Pradito, El Limonar y el parque de San Antonio de Prado, a veces pasa a La Estrella y en otras ocasiones baja hasta San Francisco, San Gabriel, Villa Lía y barrio Pilsen en Itagüí. Antes lo hacía con una bandeja en la cabeza, pero los años y el trabajo ya le pasan factura de cobro.

Detrás de esa sonrisa se esconde un gran temor. “Llegar a vieja sin una pensión, eso es lo que más me preocupa, jale. Por eso yo siempre le digo a los niños que estudien para que no les toque como a mí, porque trabajar en la calle es muy duro”, confiesa. Su sueño siempre fue ser enfermera y ayudar a los demás, sin imaginar tal vez que con su alegría alivia las tardes de muchos.

Ahora Gloria hace parte de los 764.000 trabajadores informales en el Valle de Aburrá y del 50% de total de ocupados que no contarán con una pensión. Sabe que sus rodillas un día no la dejarán caminar más y teme no contar con nada para vivir tranquila sus últimos años, aunque le quedan muchos. “Ojalá el alcalde o el presidente se fije en nosotros, los que hemos trabajado honestamente toda la vida, pero que no vamos a tener nada cuando estemos viejos”.

Pero ni si quiera esa angustia le roba la sonrisa y el tumbado a la negra. Con su carrito sigue caminando las calles y con las pinzas golpea el metal mientras canta una de sus canciones. Las mismas que le endulzan el día a quienes tienen la posibilidad de escucharlas, así no compren ni una gelatina. Gloria, la negra de la cosa blanca, dice que siempre le pondrá alegría y amor a su trabajo, sin importar lo duro de la vida, porque esta, es tan dulce como su jalea.

Por: Alejandro Calle Cardona


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