El Viejo Baúl, donde nació la tradición del buñuelo en Sabaneta


Alejandro Calle Cardona

Cultura / junio 28, 2017

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Don Pedro Vásquez, un campesino de San José de la Montaña, un pequeño pueblo en el norte de Antioquia, llegó a Medellín en 1973 con diez hijos a cuestas. Había sido personero y líder cívico, pero no tenía empleo ni ingresos fijos. Entonces, ¡A hacer buñuelos se dijo!

Primero llegó al barrio Simón Bolívar en Itagüí, donde tuvo una cafetería y, luego, se radicó en Sabaneta. Su primer negocio en este municipio, “La Caña”, estaba ubicado cerca del parque principal. Luego tuvo a su cargo el “Bar Puerto Nuevo”, en la antigua terminal de buses y más tarde, otra cafetería, “El Baulito”….

Un día la suerte estuvo de su lado y se ganó un quinto de la lotería y con los $90.000 de premio -¡sí, 90 mil pesos!-, compró una casa vieja, de tapia, en la calle principal, en plena zona bancaria y comercial, donde instaló, en agosto de 1978, el bar y cafetería “El Viejo Baúl”.

El mismo don Pedro se levantaba muy temprano a montar la ‘agua panela’ y a moler el maíz para las arepas (para el desayuno de doce personas en su casa) y para las empanadas en la cafetería.

En el mismo sitio funciona “El Viejo Baúl” desde entonces y con 38 años cumplidos, pero él solo lo administró por diez años, hasta que decidió cederlo a Sergio, uno de sus hijos, quien es el dueño desde hace 29 años.

Sergio Alberto Vásquez Pino recuerda que su padre y su madre, doña Olga Pino, fueron quienes les enseñaron a hacer buñuelos: “no con queso, sino con quesito y con un toque especial. Ese es el secreto”, asegura entre risas y recostado en la vitrina que los exhibe junto a los famosos pasteles de pollo y los chorizos.

El buñuelo se convirtió en una tradición de familia de la cual nacieron los tres negocios de comidas más importantes que hoy existen en Sabaneta: “El Peregrino”, con sus tradicionales buñuelos gigantes en pleno parque desde hace 25 años, de propiedad de su hermano Pedro, y “El Viejo John”, con casi 30 años, de John, otro de sus hermanos, donde se come quizá la los platos típicos más exquisitos del sur.

“Todos hemos pasado por El Viejo Baúl… hasta Pablo, mi hermano que ya es abogado, trabajó acá. Él ha sido mi apoyo moral y mi amigo. Mi mamá y mis hermanas se encargaban de hacer todo lo que vendíamos, desde los buñuelos, las empanadas, los pasteles de pollo y las tortas de carne”, dice Sergio, quien genera empleo para seis personas y dos más los fines de semana.

Aunque hace nueve años la administración de Sabaneta decidió a ampliar el bulevar peatonal donde está ubicado el negocio, reduciendo su local de 55 a 14,5 metros cuadrados, los clientes no lo abandonaron ni las ventas se redujeron. La fidelidad es tanta que a veces, en las mañanas, es difícil encontrar asiento.

Sergio llega a las 4:30 de la mañana. Hace el café y alista la fritadora para los primeros buñuelos y pasteles del día. El Viejo Baúl abre sus puertas a las 6:00 de la mañana hasta las 10:00 de la noche, todos los días del año. Atiende a sus clientes en nueve mesas que permanecen copadas a cualquier hora del día, a pesar de que no vende desayunos ni almuerzos, pero sí comestibles de todo tipo para cualquier hora del día.

Cada día, allí se pueden vender hasta 150 buñuelos, 200 pasteles de pollo y unas 80 tortas de carne, además de empanadas, papas rellenas, almojábanas, chorizos y el infaltable tinto. Pero el secreto, confiesa Sergio, no solo está en la comida sino en la música. De fondo suenan Los Relicarios, El Dueto América y toda esa música que ya poco se escucha por estos días.

Asegura que él éxito de su negocio obedece a una razón muy simple: “Vendemos bueno y lo hacemos con mucho cariño. El éxito es el resultado de la constancia para luchar por esto”. Y cuando le han ofrecido comprarle el Viejo Baúl, simplemente les responde: “Es que el negocio no es mío…. Es de mi esposa y de mis hijos”.

Sergio vive en la vereda La Doctora de donde dice que no sale ni multado. Es casado con Offir Cecilia Carmona y tienen dos hijos –Salomé, de 21 años, estudiante de medicina veterinaria y Simón, de 19, terminando su bachillerato, quienes también le ayudan en su tiempo libre.

Y a ellos siempre les recalca que conserven el negocio “que no les va a dar plata, pero sí de qué vivir tranquilamente. La idea es que lo conserven, porque es un espacio único y un negocio muy emocional que significa demasiado para mí y toda la familia”.

El servicio, la calidad y la tradición lo llevaron a recibir el reconocimiento de la Cámara de Comercio Aburrá Sur como Comerciante Distinguido en Sabaneta. “No me lo esperaba, porque uno llega a trabajar, a prestar un buen servicio y a pensar cómo mejorar, pero no espera nada a cambio. La gente quiere al Viejo Baúl por el servicio y la calidad que ofrecemos”.

Llega diciembre y a muchos se les despierta el gusto por el buñuelo, pero en este pequeño lugar se come a diario. Cada mañana los pedidos no se hacen esperar: dos buñuelos, un pastel, dos café y un jugo. Sergio se levanta de la silla, busca en el exhibidor y alista el pedido. Sonríe, es feliz en su “Viejo Baúl”.

Francisco Arias
periodicociudadsur@gmail.com