Yo te vi conquistar el continente


Alejandro Calle Cardona

Crónicas y reportajes / julio 26, 2018

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La ansiedad y nerviosismo consumían a los más de 45 mil asistentes esa noche al estadio Atanasio Girardot. No era para menos, ese día podían terminar 27 años de larga espera y repetir la hazaña de levantar la Copa Libertadores de América. En la tribuna se escuchaba “¡vamos Nacional, queremos la copa!”, como un grito de batalla invocando al dios de la victoria y al final de la noche, los jugadores alzaron el anhelado trofeo y la ciudad tardó en parar de celebrar.

Aquella anotación de Orlando Berrío en la agonía del partido frente a los argentinos de Rosario Central se había convertido en el gol más importante de la historia reciente de Atlético Nacional. El reloj señalaba que solo quedaban veinte segundos para terminar los cuatro minutos de reposición y en ese momento el conjunto paisa estaba eliminado nuevamente del certamen continental. El sueño de los jugadores pero especialmente de millones de seguidores se estaba viendo truncado una vez más.

De la nada y con el último suspiro que queda en el combate, apareció el juvenil y atrevido Andrés Ibargüen. Arrancó desde el mitad de la cancha y fue dejando camisetas amarillas y azules hasta llegar al borde del campo para  lanzar el centro, Alexis Henríquez bajó el balón de cabeza y el delantero empujó el balón hacia la red, tal vez con la ayuda de todos los hinchas, incluso de quienes lo criticaban hace pocos meses atrás. El estadio se quería caer, nunca había escuchado un grito de gol tan fuerte, ni siquiera en aquel 5-2 contra Junior en 2004. Nacional demostró que estaba para ser campeón.

Y llegó la espera. La Copa América aumentó la angustia, puesto que el torneo tuvo una larga para de 40 días con sus 40 noches. Un suplicio. Pero el día  esperado había llegado y en la semifinal contra Sao Paulo, tal vez de manera sorpresiva, Nacional se impuso sin problemas en Brasil y Medellín para eliminar de nuevo a los brasileños con un marcador global 4-1y un Miguel Ángel Borja como figura en sus dos primeros juegos en el equipo. La gloria estaba tan cerca, que para muchos hinchas era nuestro único tema de conversación y último pensamiento antes de dormir como si se tratara de un amor que hacía perder la razón. Era una locura.

La conquista continental

Aunque se esperaba, y algunos deseaban, que el rival fuera Boca Juniors, el sorprendente y humilde Independiente del Valle de Ecuador lo goleó en la Bombonera y se clasificó a la final. De inmediato, las aerolíneas subieron los precios de los vuelos a Quito y centenares de hinchas armaron sus excursiones para viajar al vecino país por tierra y aire.

No se tiene registro de cuántos buses emprendieron el viaje ni el números de vehículos particulares que recorrieron 2.250 kilómetros –ida y vuelta-, ni cuantos vuelos comerciales ni chárter se colmaron con camisetas verdes; lo cierto es que la capital ecuatoriana se convirtió en una pequeña Medellín con más de 7.000 mil hinchas, algunos de ellos sin boleta, pero con el sueño intacto de ver a Nacional en una final del torneo más importante del continente.

20 de julio, estadio Olímpico Atahualpa. 2850 metros de altura sobre el nivel del mar. Un frío que pocas veces se siente en la ciudad de la eterna primavera y el oxígeno se agotaba con cada salto, con cada grito. Pero eso no importó, el único objetivo era empujar a los once jugadores para cumplir ese sueño continental que nos mantenía desvelados.

De nuevo Orlando Berrío ponía a festejar a la afición y mientras los viajeros nos ahogábamos producto de la euforia y la dificultad para respirar, Medellín “explotaba” tal y como se evidenció en un video grabado desde el cerro El Picacho que se volvió viral en redes sociales. Sin embargo Independiente de Valle demostraría, a punta de presión y resistencia física, porqué había llegado a la final del torneo, y cuando se terminaba el partido, anotaría el empate. Un gol que opacó en parte la celebración, pero nunca la ilusión que acompañó de regreso.

 

Sueño cumplido

Quedaban siete días de espera. Con el paso de las horas el corazón se aceleraba, la ansiedad crecía y la ciudad se pintaba poco a poco de verde. Las boletas para el partido final alcanzaron precios nunca antes vistos y el desespero entre quienes no conseguían un tiquete llevaba a pagar lo que fuera.

Era difícil concentrarse en el trabajo o en cualquier otra actividad. Las noches pasaban entre ver videos de la conquista de los dirigidos por Francisco Maturana en 1989 y escuchar una y otra vez las narraciones del “paisita” Múnera Eastman de los partidos ya ganados. Tal vez como un pequeño bálsamo para alimentar la ilusión de vivir el momento más feliz como hincha del fútbol.

27 de julio. Medellín. No había amanecido y la pólvora ya sonaba en el cielo del Valle de Aburrá, carteles animando al equipo se tomaban algunos puentes de la ciudad y las personas, pero también los carros y las casas, se vestían de verde y blanco.

Pasado el mediodía, la carrera 70, la misma que el Concejo de Medellín bautizó hace un año Bulevar Libertadores de América, se convirtió en un verdadero carnaval. La Feria de las Flores se había adelantado dos días y sería el preámbulo de una celebración que se extendió hasta el fin de semana. Hacia las cinco de la tarde, el Atanasio Girardot estaba a tope, ya no había lugar para esperas, el día, la hora, había llegado.

 

Los equipos salieron a la cancha y las tribunas se llenaron de color. Un tifo, miles de banderas y centenares de bengalas le dieron la bienvenida a los dirigidos por el “profe” Reinaldo Rueda y la ilusión no tenía límites. El partido iniciaba y a los veinte segundos, Miguel Ángel Borja quedaba solo frente a la portería de Independiente del Valle, pero mandaba el balón a la tribuna. El grito de gol se ahogaba y muchos se arrodillaban en la tribuna, suplicando que el desahogo llegara rápido.

Y así fue, a los diez minutos, el mismo Borja, aprovechaba un rebote y anotaba el anhelado gol. Esta vez el grito no quería terminar y las lágrimas aparecían en los rostros de los hinchas que veíamos cada vez más cerca el sueño continental, pero tal y como transcurrió el último mes, el tiempo corrió de manera lenta, absurdamente lenta. El pitazo final no llegaba y el corazón, en serio, no parecía resistir.

Los 9.913 días de espera, desde el 31 de mayo de 1989, habían llegado a su fin. El árbitro pitó el final del partido y Atlético Nacional de nuevo era el campeón de América, para provocar que, sin importar si era amigo tuyo o no, quisieras abrazar a quien en ese momento sentía la misma felicidad. La tristeza de aquella derrota en 1995 contra Gremio de Brasil quedaba atrás y daba paso al éxtasis, producto de una campaña casi perfecta a lo largo del torneo. El momento más esperado por todos ya era una realidad, Alexis Henríquez, el capitán libertador, alzaba el trofeo y el sueño continental, era sueño cumplido.

Alejandro Calle Cardona

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