Una vida entre silencios: la crónica de un sordo en La Estrella


Alejandro Calle Cardona

Crónicas y reportajes / julio 30, 2019

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¿Alguna vez has tenido la sensación angustiante de no poderte comunicar con otros porque estás en el lugar en el que nadie habla tu idioma? Saber que nadie te entiende y enfrentarte al dilema de no poder hacer cosas tan básicas como pedir un café en una tienda o hacer una consignación en un banco puede resultar muy frustrante. Y con esa incómoda y abrumadora sensación aprendieron a vivir Jhonatan, Ruth, Diana, y otras 80 personas sordas que habitan en La Estrella.

POR JULIANA VÁSQUEZ

Jhonatan se llevó primero su mano derecha a la barbilla y luego la bajó hasta el pecho para reposarla sobre la izquierda, ambas palmas mirando hacia arriba, con esa última seña me dio las gracias por la extraña conversación que acabábamos de tener. Extraña para mí, que nunca había hablado con una persona sorda y que por primera vez lo hice con tres, con la ayuda de una intérprete, por supuesto. Después de eso solo atiné a soltar mi libreta para intentar hacer la misma seña acompañada de la única sonrisa que puede hacer uno cuando sabe que nada de lo diga será entendido por el otro.

Vidas silenciosas

Diana Jasmine Ortega nació en Apartadó, pero por cosas de la vida, de la sordera y del amor, terminó viviendo en La Estrella. Ella recuerda lo difícil que fue su infancia en medio de una familia en la que era la primera y única sorda. Nadie, excepto su mamá que aprendió algunas señales básicas, aprendió la lengua de señas colombiana.

La historia familiar se repitió en el colegio, en el barrio y en todos los entornos en los que transcurrió su infancia y adolescencia. Todo era difícil, cómo no, si la comunicación es una herramienta esencial para desenvolvernos como seres humanos, pero lo más duro, lo más agobiante, eran y son los momentos de enfermedad, “a mí nunca me ha tocado un médico que hable lengua de señas y es muy difícil decirle todo lo que sientes o dónde te duele con la ayuda de un intérprete, pero nos toca así”.

Diana sonríe todo el tiempo y se cruza miradas con Jhonatan, su novio y compañero desde hace casi 5 años, porque los sordos también se enamoran y hacen vida en pareja, como cualquier oyente. Su historia de amor comenzó a distancia y a través de videochat, gracias a una amiga en común que se encargó de contarle lo mejor de cada uno al otro.

Jhonatan Stiver Ramírez Quiceno ha sabido hacerle el quite a su discapacidad, aunque reconoce que la sordera sí ha limitado algunos de sus proyectos más importantes, como el de ir a la universidad a estudiar Ingeniería de Sistemas y especializarse en robótica. Es un experto en el cubo de Rubik, lleva diez años practicando cómo armar las caras de colores de este rompecabezas mecánico tridimensional.

Para sorpresa de su familia, en la que el único que habla lengua de señas es uno de sus 4 hermanos, Jhonatan se graduó de bachiller de la institución educativa Gabriela Echavarría, en Caldas, y aprendió a escribir en español porque en los primeros años de formación, cuando ni siquiera él sabía de señas, “lo único que hacía era copiar y copiar y copiar todo lo que mis compañeros escribían”. Tuvo varios compañeros sordos, entre ellos Ruth Janire Romero , pero muchos desertaron como resultado del abuso físico y mental al que fueron sometidos por algunos de los docentes y por los mismos compañeros de curso, sordos y oyentes.

“Lidiar con la sordera ya es mucho como para tener que soportar el maltrato de tus profesores y hasta de tus compañeros porque no puedes decir nada, no te puedes defender. Ellos pensaban que las sordas éramos bobas y nos decían que éramos nosotras las coquetas, por eso yo preferí dejar de estudiar y ponerme a trabajar”, cuenta Ruth, madre soltera, mientras le acaricia el cabello a su hijo Jerónimo de 4 años.

Jhonatan es el único sordo en Rejiplas, la empresa donde trabaja como operario de empaque. Y como no se vara, ha tenido paciencia y ha encontrado la forma de comunicarse con sus compañeros, al menos para explicarles los procesos básicos de producción.

Su relacionamiento con oyentes es casi nulo, igual que el de Ruth y el de Diana, su círculo social se reduce a un selecto grupo de sordos, pero a diferencia de ellas dos, su mejor amigo es un oyente que desde que se conocieron en la adolescencia se interesó por la lengua de señas y hoy es una de las pocas personas que le ayuda a interpretar las conversaciones cuando está en una celebración familiar o cuando tiene que hacer algún trámite legal. “En mi casa hablan y hablan, y yo siempre me quedo mirando sin saber qué es lo que tanto hablan, pero desde muy pequeño me acostumbré a que nada me importe porque nunca me entero de lo que pasa”, me dice con sus gestos y con los acelerados movimientos de sus manos que yo no reconozco.

Conocer sus historias fue posible gracias a la interpretación de Gina, psicóloga y oyente que desde hace más de 12 años se interesó por la población sorda y decidió aprender su lengua, y que hoy apoya el programa de discapacidad de la Alcaldía de La Estrella. “Mi primer contacto con sordos fue en la práctica profesional. Yo quería algo diferente y me enviaron a una asociación de sordos y no había nadie oyente, yo no dormí en la noche anterior de solo pensar en cómo iba a hablar con ellos”, recuerda mientras mueve las manos para mantenerlos a ellos al tanto de la conversación.

Gina tuvo la fortuna de encontrarse con Cristina, que era sorda pero hipoacúsica, es decir, que su pérdida auditiva no era tan severa, así que podía leer los labios y escuchar un poco si le hablaban pausado y claro. “Ahí sentí que era yo la que tenía la limitación porque era la única que no me podía comunicar con ellos, pero luego de unos meses de práctica logré tener una conversación básica, pero fluida, porque ellos son los más incluyentes, con que aprendas a decir “hola”, “gracias”, y “estoy aprendiendo”, se sienten felices y son los primeros en querer enseñarte”.

 

CURSOS DE LENGUA DE SEÑAS

 La administración municipal de La Estrella adelanta desde hace 7 años un programa de formación para la comunidad oyente que quiera aprender lengua de señas colombiana, y que es dictado por docentes sordos. “El programa se creó pensando en las familias de las personas sordas, pero hubo poco interés. Al principio se inscribían cinco y desertaban dos o tres, pero hoy tenemos lista de espera porque no nos alcanzan los cupos. La gente está cada vez más interesada en apoyar a las personas sordas”, explica Diana Berrío, del programa de discapacidad.

Por su parte, el gobierno nacional ha desarrollado un aplicativo para prestar un servicio de interpretación en línea -SIEL. Para usarlo solo se necesita un dispositivo como el computador o el celular y conexión a internet. Diana ha probado ya este servicio para comunicarse con su madre, que vive en Apartadó, Antioquia. “Es una buena iniciativa, pero si uno no tiene buena conexión a internet, la comunicación es muy difícil y lenta y una conversación cortada es muy aburridora”, asegura.

El miedo que sintió Gina en su primer día de práctica y el mismo que sentí yo antes de empezar la entrevista, es el miedo que han enfrentado Ruth, Diana, Jhonatan y todos los sordos durante todos los días de su vida, cada que salen de sus casas a vivir la vida en el único y silencioso mundo que conocen, ese donde nadie los escucha y donde solo unos pocos los entienden.

 


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