Las grandes obras del gran corazón de Romelia


Alejandro Calle Cardona

Municipios / noviembre 13, 2017

COMPARTIR


Comer, orar y amar son los verbos que mejor se conjugan en la vida de Romelia Tamayo Arroyave: el amor es la piedra infaltable en su vida y el que fortaleció en 52 años de relación —cinco de noviazgo y 47 de casados— con Mario de Jesús Zapata; Dios y los santos están presentes todos los días y por eso, antes de desayunar, lo primero que hace es ir a misa; y el alimento es algo que se esmera por compartir con personas que llegan desde lejos a acompañar a familiares o amigos en el hospital Venancio Díaz Díaz, en Sabaneta.

Romelia es una mujer que habla suave y pausado. Enviudó hace siete años y su duelo la llevó a compartir compañía y comida con algunos de los cuidadores del hospital, que queda justo al frente de su casa.

“Estoy en un grupo que se llama la pastoral de la salud de la parroquia de Nuestra Señora de los Dolores. Nosotros visitamos enfermos en la casa y en el hospital. En esas visitas, vi que a un enfermito le llevaron el almuercito y él partió, se comió la mitad y le dio la mitad al acompañante. A mí eso me causó mucho pesar porque ninguno de los dos quedaba satisfecho. A los enfermos les dan el almuerzo, a los cuidadores no. De ahí para acá yo llevo desayuno y almuerzo a los cuidadores, a los que necesitan”, cuenta. Su esposo también perteneció al grupo, iba, charlaba y visitaba a enfermos y cuidadores.

Todos los días, Romelia va a misa —generalmente de siete de la mañana— y regresa a preparar los desayunos. Dos o tres. Va al hospital y los comparte con los cuidadores que llegan de lejos a acompañar a sus enfermos. Lejos es Frontino, Puerto Valdivia, Amalfi, San Pedro de los Milagros, Yarumal, Remedios, Puerto Berrío, Urrao, Belmira, Sopetrán…

A esos mismos les lleva almuerzo.

Madre Teresa de Calcuta

La madre Teresa de Calcuta dijo: “No siempre podemos hacer grandes cosas, pero sí podemos hacer cosas pequeñas con gran amor”.

Y a ese sentir está fiel esta mujer, madre de cinco hijos, abuela de cuatro nietos y rodeada de decenas de personas agradecidas porque compartió su comida con ellos.

“Lo que hago me hace sentir mucha felicidad. Es que si usted viera la felicidad que uno siente cuando uno lleva un desayuno o un almuerzo a una persona que muchas veces no tiene pa’ un tinto, o que a veces le lleva una pijama, a veces la gente sale a la carrera de su tierra y no trae nada. Disfruto la alegría que uno ve en las personas. Lo hago porque me nace”, dice mientras muestra algunos elementos de aseo personal que ha comprado para llevarles a los visitantes que por el afán de llegar con su ser querido al hospital no alcanzan a empacar nada.

Debajo del mueble donde hay cremas dentales, cepillos, papel higiénico, cuchillas de afeitar hay una imagen de la madre Teresa de Calcula.

En el apartamento de Romelia hay imágenes de santos, de vírgenes, del Sagrado Corazón de Jesús. Es devota de todos, confiesa, pero en especial del Señor de los Milagros, porque es de allá, de San Pedros de los Milagros, un municipio frío del norte antioqueño. En las tardes también reza, hace rosario y habla con sus hijos que la llaman a preguntarle por su día, por sus tareas.

Los desayunos y almuerzos los prepara con su propio mercado. Es una labor desinteresada que extraña cuando está por fuera de su casa, o en la que a veces se salta sus propias normas pues se escapa un sábado o domingo a llevar un desayuno o almuerzo. Ella es firme en decir que esos dos días son para la familia.

Romelia solo pide una oración por su familia. Ver a los otros satisfechos y bien a cambio de un padrenuestro “porque yo les digo que tengo una familia muy hermosa”.

“Obras de amor al prójimo…”

Hace tres meses  el Hospital le rindió un homenaje con un certificado por “(…) la solidaridad y entrega incondicional que brinda a los pacientes y sus familias (…)”. Ella no lo esperaba. Fue una sorpresa en la que solo recuerda que le sudaban las manos, que había enfermeras, médicos, estaba el padre, “yo no me lo esperaba, cuando me dijeron que tenía que ir, pensé que me iban a preguntar cómo veía el Hospital y eso les dije a los muchachos, a mis hijos”, explica.

Romelia no se siente en soledad aunque vive sola. Se goza sus acciones. Mima a sus nietos, también a sus hijos y todos la miman a ella. Teje su vida sobre dos de las siete obras de misericordia corporales: visitar a los enfermos y dar de comer al hambriento. Su vida es el servicio, es el prójimo.

Y en el Hospital lo leen de esa manera, por eso el reconocimiento que le hicieron está encabezado con una premisa del papa Francisco: “Las obras de amor al prójimo son la manifestación externa más perfecta de la gracia interior del espíritu”. Romelia sonríe con timidez, pero su corazón siempre vive alegre.

POR ANDRÉS VELÁSQUEZ