La peor noche de Medellín


Alejandro Calle Cardona

Ciudad / noviembre 30, 2018

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Aquí no llega la navidad, aquí estalla. En Medellín el comienzo del último mes del año truena como el estruendo del final de todas las cosas. Esto que se vive aquí no es una Noche de Paz como invita el villancico, las detonaciones en la ciudad encuentran, justo por ser un valle entre montañas, la caja de resonancia perfecta para el desasosiego. A esto ahora le llaman La Alborada. Pero no es la alborada del pacífico y otras regiones que reciben con cantos y fiestas el cambio de tiempo religioso, sino una alborada que incluso se roba esa palabra para disfrazar de tradición lo que realmente no es más que una mala costumbre.

El origen de esto no tiene nada que ver con todo lo que te contaban tus abuelos y que pasaron de generación en generación. Lo que sucede es la recreación constante de La Hora Cero que dictó para el 1º de diciembre de 2003 luego de la desmovilización del Bloque Cacique Nutibara a órdenes de alias Don Berna que marcó con esta descarga inesperada y contundente la señal de que se iban sin irse porque marcaron como suyos los territorios de las comunas 13, 8 y 16 además de los corregimientos de Altavista, San Cristóbal y San Antonio de Prado. Barrios en los que al unísono estalló la pólvora distribuida en esas zonas entre el 25 y 30 de noviembre de ese año. El hecho de que coincida con el cumpleaños de Pablo Escobar -1º de diciembre, igual que La Alborada– son asuntos más cercanos al anecdotario que a la realidad pues difícilmente Diego Murillo Bejarano le tributaría un homenaje a su expatrón a quien activamente ayudó a matar. El aniversario de esta muerte se recuerda cada 2 de diciembre. La asociación de La Alborada con el asunto narco y paramilitar es indisoluble.

La peor noche del año para vivir en Medellín es esta: La Alborada. Ensordecedora y habitada por una tristeza que se cubre de pólvora disonante como una alegría que no alegra. Noche de tristeza porque la cosecha de esta siembra de explosiones por doquier van desde gentes quemadas por chorrillos, totes, papeletas, hasta pájaros muertos por el pánico y la desorientación así como una galería incontable de animales domésticos que si pudieran estar en otro lugar se habrían ido antes de que el reloj anuncie que a la media noche quedarán presos del sufrimiento y la desesperación. Pocas cosas tan crueles para una mascota como el bombardeo al que se ve sometido en esta noche en la que, para muchos de ellos víctimas de crisis nerviosas, habrá de ser su última noche.

 

La Alborada de 2017 registró 25 personas quemadas, doce de ellos fueron niños, varios entre todos ellos de altísima gravedad. Cicatrices de la estupidez y el descuido. Marcas de la torpeza que les acompañarán por vida.

 

En Medellín la pólvora está prohibida de tanto en tanto como dicen los decretos, que señalan también que quien los incumple incurre en sanciones que van de dos a veinte salarios mínimos, multas que pueden alcanzar los veinte millones de pesos. El asunto, como siempre, debe partir de la denuncia y para eso están dispuestas las líneas telefónicas 112 –de la policía- y 123 que conecta a todo el sistema de emergencias. Incluso en el mundo del ciberespacio encuentras aplicaciones para para reportar puntos de venta o lugares en que veas la pólvora arder. Y ahí hay algo para detenerse a pensar –como sucede con las fotomultas de tránsito- hay a quienes no les preocupa cumplir las normas o el bien común o la posibilidad de causarle daño a alguien más sino que no les toquen el bolsillo y hasta que esto no se vea de forma contundente no piensan que deben detenerse en lo que hacen. Hasta entonces el decreto será letra de una constitución de ángeles como fue llamada nuestra constitución mientras el país se desangraba.

No estoy en contra de la alegría de nadie pero si estoy en desacuerdo con el sentido de esta nueva “fiesta” y su significado y, sobre todo, con sus consecuencias palpables en la sala de emergencia de cualquier hospital en la madrugada del comienzo decembrino. Ya estoy en la edad de las nostalgias, ha de ser, por lo que prefiero el tiempo en que diciembre empezaba con las velitas el 7 y 8 de diciembre y entonces hacíamos amigos con la facilidad con la que podíamos jugar con bolitas de cera en la acera iluminada por una hilera de suspiros en que nos contábamos historias sobre el niño dios que nos decían que estaba por venir.

Igual hay campañas en contra de La Alborada que ya se ha propagado a los municipios vecinos del área metropolitana, puedes encontrar iniciativas de ambientalistas, de las autoridades, de ciudadanos sin filiaciones y de grupos organizados… puedes buscar el rastro en redes sociales de #NoALaAlborada, #NoALaAlboradaMafiosa y   #LlamoALaLluviaParaLaAlborada pero a cien trinos les gana un comentario de locutor de emisora tropical que invita a la fiesta con bombos y platillos –debería decir con totes y chorrillos- porque la pauta publicitaria en algunas radios puede ser más costosa en diciembre cuando la audiencia ser refleja en los números de sintonía popular. Y entiendes, de paso, por qué noviembre está en vías de extinción.

Tal vez mi voz no se escuche en La Alborada porque más alto será el rugido de la pólvora, sin embargo es difícil callar ante esto. Y aunque ha muerto el Chapulín Colorado preguntaré sin esperanza de encontrar alguna vez una respuesta ante la noche que llega: ¿y ahora quién podrá defendernos?

POR JUAN MOSQUERA

@lluevelove | ocho16.blogspot.com