La otra cara del “Narcotour” en Envigado y Medellín


Alejandro Calle Cardona

Ciudad / febrero 21, 2019

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En pocas horas será demolido el edificio Mónaco, propiedad del extinto narcotraficante Pablo Escobar. El objetivo del alcalde Federico Gutiérrez es borrar parte de esa memoria de la violencia de las décadas 1980 y 1990, para evitar que más turistas lleguen a la ciudad en busca del turismo narco. Estudiantes de la EAFIT adelantaron un proyecto para contar la otra cara de esa historia en www.narcotour.co.

Agencias de viaje y guías adelantan los famosos “narcotour” en el que los turistas, por un costo entre los 50 y mil dólares, conocen todos los sitios icónicos alrededor de Escobar. Por eso, un grupo de estudiantes de comunicación social de la Universidad Eafit acompañados por el profesor Mauricio Builes emprendieron la tarea de reconstruir durante cuatro meses la historia del Cartel de Medellín, a través de 19 relatos que le dan voz a las víctimas del narcotráfico en Medellín y Bogotá.

“Quisimos contar el lado b del cartel de Medellín, porque se ha invisibilizado siempre la voz de las víctimas y por eso los turistas se quedan con un solo lado de esta historia de dolor”, dijo Angy Rivera, estudiante de comunicación social de Eafit.

CIUDAD SUR quiso recoger algunas de esas historias narradas en www.narcotour.co por estudiantes como Manuela Palacio, Sara Ramírez, Andrés López, Maria Alejandra Carrillo, Pablo Valencia y Juliana Velásquez.

 

 La Paz: el barrio que vio crecer a Escobar

La Paz es un cuadro típico de un barrio antiguo de Envigado: casas de dos pisos con balcones, terrazas y jardines frontales. Este lugar, hace noventa años, era la finca de María de la Paz Correa.

El barrio empezó con Hermilda Gaviria, madre de Pablo Escobar, quien, junto con un vecino, fue la primera en ‘construir la casita’ en ese terreno. En este sencillo barrio creció Pablo Escobar, uno de los criminales más despiadados que ha tenido Colombia.

Poco queda de lo que solía ser el barrio hace 50 años. El lugar donde estaba su casa ahora es ‘La Penca’, un edificio de cinco pisos donde viven familias que no tienen idea de la historia del barrio.

La Paz es un lugar sin memoria. De los antiguos vecinos sólo quedan tres personas y sólo dos dispuestos a hablar. Don José, un hombre de aproximadamente 60 años, recuerda con gratitud la época del capo. Según dice, gracias a Pablo, La Paz era el barrio más respetado de Envigado. “Alguien que venía por aquí lo paraban, porque cualquiera no se iba metiendo a La Paz.” José conoció a Escobar de 20 años y le compró su casa a un cuñado del difunto narcotraficante.

Doña Marina, otra de las antiguas vecinas, recuerda sus inicios como jalador de carros y la época en la que Escobar inició su carrera política. Fernando, esposo de Marina, fue parte de su equipo y cuenta que muchas personas del barrio lo ayudaron en sus propósitos como líder.

Uno de los momentos más ‘difíciles’ en el barrio fueron los días posteriores al escape de Escobar de La Catedral. Tanto Marina como José recuerdan que la Policía entraba a las casas, hacía preguntas y se apostaba en los techos a vigilar.

Para las nuevas generaciones de La Paz, Pablo no es más que un mito o un personaje que ven en las series de televisión. Cuando se pregunta por él, por el daño causado, se encogen de hombros y niegan con la cabeza. Parece que de lo malo no se habla. Los viejos vecinos se fueron para otros barrios: “De esa época solo quedamos el señor de la casa de la esquina y yo”, dice Marina.

 

La Catedral: un museo para Pablo, una cachetada para sus víctimas

El 19 de junio de 1991, el máximo jefe del cartel de Medellín decidió entregarse voluntariamente a las autoridades colombianas. Su propósito era evitar la extradición a los Estados Unidos. Después de un año tras las rejas, el ‘capo’ se escapó con ayuda de varios de sus sicarios.

25 años después de la fuga, La Catedral ha dado un giro de 180 grados. Hace más de cuatro años el municipio de Envigado cedió este predio a la Comunidad Benedictina ‘Fraternidad Monástica Santa Gertrudis’. Hoy es un ancianato.

Resulta paradójico que un lugar que fue símbolo de crimen, mafia y el exceso, hoy sea la vivienda para monjes y abuelos. Esta situación no parece sorprenderle a ‘Manicomio’, taxista encargado de transportar diariamente las enfermeras y pacientes del ancianato. Para él, este espacio: “Lo dan en comodato a la iglesia para que sane esa parte negativa”. Así, “lo que ayer fue un lugar de horror y violencia, hoy es un lugar de paz del adulto mayor”.

Esta ‘cárcel’, en el pico de una loma de Envigado, era un paraíso para el capo. “Allí lo cuidaba el INPEC, pero estos eran puros trabajadores de él. Tenía todo comprado y a toda la gente de confianza”. (Audio Impec) Tantos privilegios le abrieron la ruta de escape en julio de 1992. El camino por el cual se fugó aún es visible. Extranjeros que visitan la cárcel, suelen bañarse en la cascada donde termina la parte transitable de la ruta y se maravillan por estar en un lugar por el que una vez pasó ‘el patrón del mal’.

Es tanta la romería de turistas en La Catedral, que decidieron crear un museo en su nombre. Solo falta el techo. Será un espacio adornado con algunas de sus pertenencias que cuente la vida del capo en “prisión” (su hermano, Roberto Escobar, ya cuenta con un museo similar en su propia casa, al sur de Medellín).

Pero, ¿dónde queda el museo con las historias de dolor de las miles de víctimas de la narco-guerra? ¿Dónde están las historias de, por ejemplo, Santiago Salazar y Reinaldo Serna, víctimas de una de sus masacres en Envigado?

Colombia le debe memoria a todos los que padecieron el narcoterrorismo. Le debe reparación a unas víctimas que pasaron al olvido. Es irónico: en una de las fachadas de La Catedral, junto a una foto en gran tamaño de Pablo Escobar, se lee esta frase de Paul Preston: “Quién no conoce su historia está condenado a repetirla”.

 

La Estrella no quiere recordar

Posiblemente, los habitantes de La Estrella, al sur del Valle de Aburrá, quieran olvidar su pasado: “¿Cuál es la averiguadera?, para que revivir el pasado, deja la preguntadera y abrite de aquí, maricón”, nos dijo un vecino del parque central cuando hacíamos reportería para esta nota.

Es un pasado marcado por la guerra de Pablo Escobar. Cuando él llegó a este municipio en 1975, compró terrenos y propiedades, encontró familiaridad con sus costumbres y tradiciones campesinas para vivir antes y durante su clandestinidad. Pero eso no fue lo único que sedujo a Escobar. Su ubicación estratégica, le posibilitó al jefe del cartel de Medellín escabullirse de los constantes retenes de las autoridades.

Fue en La Estrella donde nacieron varios de sus más temidos sicarios como Elkin Correa, Mario Alberto Castaño alias, “el Chopo”, Jorge González alias, “Jorge mico” y Rubén Darío Londoño Vásquez, alias “La Yuca”. Este último reconocido por ser uno de los más despiadados y consumidor excesivo de bazuco. Paradójicamente, se postuló en 1985 como concejal de La Estrella con el aval del grupo político, Renovación Liberal.

Una de las esquinas del parque principal fue centro de operaciones de los hombres del cartel. Se trataba del bar “Los Trece Botones” y desde allí se planearon crímenes como, por ejemplo, el de la Bomba del Pandequeso, en el municipio de Itagüí.

“El Chopo llegó a los trece botones y al encontrar a Elkin Correa estrenando ropa de pies a cabeza, le dijo: yo al lado tuyo parezco un mayordomo. Inmediatamente salió. En un almacén exclusivo se vistió, también de pies a cabeza con Yves St Laurent. Al regresar muy engreído lo miró desafiante: ahora si podemos andar juntos, papacito. Y se sentó a tomar aguardiente y a escuchar la canción salsera Juanito Alimaña de Willy Colón, en la que sentía reflejada su vida”. Tomado del libro “La Parábola de Pablo” de Alonso Salazar Jaramillo.

Según la documentación periodística y las fuentes consultadas en el municipio, desde este bar también se ordenó el desplazamiento forzado de muchos de sus habitantes quienes no estaban de acuerdo con el accionar de los hombres de Pablo Escobar.

La Estrella hoy es una zona tranquila y polo del desarrollo del sector de la construcción del Valle de Aburrá. Sus habitantes saben el daño que les causó Pablo Escobar y su guerra y, tal vez por eso, parecen preferir el silencio.

 

La tumba más visitada de Montesacro 

A pesar de su legado de sangre y plomo, Pablo Escobar tiene tantos seguidores como si se tratara de un prócer o de un futbolista famoso. La romería por su tumba en el cementerio Jardines Montesacro, así lo demuestra.

Es una estación obligada no solo para los extranjeros que pagan por un “Narcotour”, sino para algunos habitantes de Medellín que por alguna razón sienten gratitud o veneración por el que fue el jefe del cartel de Medellín.

Sin embargo, son muy pocos las personas que, más allá de la curiosidad o de las plegarias al muerto, se detienen a pensar en las miles de víctimas que dejó Escobar no sólo en la ciudad sino en todo Colombia.

Buena parte de esas víctimas está representada en una institución, La Policía. Hubo una época en la que el cartel de Medellín pagaba hasta dos millones de pesos (650US) por policía asesinado. Aunque no hay una cifra exacta de cuántos agentes murieron en la guerra contra narcotráfico, los archivos de prensa hablan de, por lo menos, 600 policías.

Hoy los sobrevivientes, las viudas de esos policías y los huérfanos siguen en el reverso de la historia de Pablo Escobar. Nadie sabe de ellos y ninguno ha sido reparado.

 

Barrio Antioquia, bajo la sombra del “patrón”

Pablo Escobar llegó al Barrio Trinidad (Barrio Antioquia) por primera vez a finales de los años setenta, acompañado de Elkin Correa y Jorge Gonzáles conocido como “Jorge Mico”. Fue allí donde Escobar conoció de primera mano las rutas del contrabando. Para ese momento, el barrio ya se había convertido en zona de tolerancia pues en 1951, el alcalde Luis Peláez Restrepo, trasladó a las prostitutas de Lovaina, Guayaquil y Las Camelias, hasta ese sector del sur de la ciudad.

En este lugar también conocería a la llamada “reina de la coca”, Griselda Blanco, la narcotraficante con mayor recorrido en el negocio. En una fiesta -como cuenta Alonso Salazar en su libro La parábola de Pablo-, Jorge Mico se le acercó y le dijo: “Él es Pablo, un hombre que le puede ser útil”. Ella respondió con simpatía y le pidió que volviera después. Cuando Pablo regresó con su primo Gustavo conoció más de cerca el negocio de la marihuana y la cocaína. Desde ese momento, Barrio Antioquia fue una especie de oficina para Escobar y en uno de los principales centros de expendio de la ciudad de Medellín.

Escobar no sólo creó “laboratorios” para el procesamiento de la droga dentro de las casas sino que desde allí estructuró buena parte las rutas para enviar cargamentos fuera de Colombia. “Es más aquí dicen que él organizaba todo… él decía que donde él tenía sus negocios tenía que ser limpio…”

Jacqueline Fernández vive en el barrio desde hace cuarenta y nueve años, y una simple caminata por las cuadras alrededor de su casa es suficiente para darse cuenta del legado que dejó el jefe del cartel de Medellín. Una hilera de hombres se sientan a lo largo de las aceras para vender drogas sin el asomo de las autoridades. Tienen códigos entre ellos cuando ven una persona extraña. Se gritan de esquina a esquina: “Campanero, ¿entonces qué?”, y en la otra responden: “Cero, cero, todo bien”. Según informes de prensa, solo en Barrio Antioquia puede haber 14 plazas de vicios.

Durante el recorrido, Jacqueline cuenta una historia que vivió con su sobrino mientras volvían de la guardería: “Un día al pasar por la calle Alex Pin, el niño vio una de las pequeñas bolsas en las que venden la droga y se emocionó al ver la calcomanía de carita feliz que les ponen para diferenciarlas”.

Tal como sucede en el Barrio Pablo Escobar, aquí también reconocen al “Patrón” como un hombre sencillo que repartía dinero y seguridad: “Él era el que mantenía el barrio organizado y seguro. Nadie robaba ni buscaba problemas porque bien se sabía que si lo hacían, terminaban muertos”.

Tal vez una de las pocas diferencias con la época en la que Escobar estaba vivo es la frecuente visita de turistas que, como parte del recorrido de algunos Narcotour, se detienen en alguna de las plazas para comprar marihuana, cocaína, cocaína rosada, heroína, anfetaminas o éxtasis.


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