La Inmaculada I, el barrio de las calle mochas


Alejandro Calle Cardona

Crónicas y reportajes / agosto 30, 2014

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Un puñado de tiendas, graneros, cacharrerías y bares apostados a lado y lado de una estrecha vía, es la puerta de entrada a este barrio ubicado en límites entre La Estrella y Caldas, al sur del valle de Aburrá. Un poblado, casi en el olvido, en el que abundan los niños, las calles cerradas y una comunidad que supo sobrepasar su peor momento por cuenta de la violencia.

 

Barandales, Villaluz y Moraluz, eran los nombres de las tres grandes fincas que conformaban este terreno empinado finalizando la década de 1940 y en las que residían las familias Mejía y Morales. Por aquella época los cultivos de café y naranja, así como la lechería, ayudaban al sostenimiento de los escasos  pobladores.

Al caminar por su barrio, Heriberto Medina Moncada, relata la historia de La Inmaculada I, mientras trata de esquivar las decenas de niños que invadían las calles con sus juegos y gritos. A paso lento, Medina, como lo llaman todos su vecinos, a sus 79 años de edad guarda de manera intacta en su memoria el recuerdo de cuando llegó al sector en 1960, proveniente de la vereda Pan de Azúcar de Sabaneta.

Cuenta que compró un pequeño lote donde construyó su casa por 2.500 pesos, pagando 500 de inicial y cuotas de 300. Ahora entre risas, pero hablando muy en serio, dice que por ese dinero no le abre ni la puerta a quien quiera comprarla. El fuerte sol hacía que el helado que se estaba chupando se derritiera por sus manos. “Vámonos antes que nos den con ese balón”, dijo.

La algarabía y los gritos de gol eran ensordecedores. Hacía mucho tiempo no veía a tanto niño junto jugar en las calles, corriendo por ellas sin precaución alguna, tal vez porque por allí no transitan aquellos vehículos que se tomaron la ciudad, extinguiendo el juego callejero. Pero la fiesta tenía una razón: un antiguo lote utilizado como botadero de escombros y basuras, se había convertido en una pequeña cancha de microfútbol y la Alcaldía hacía la entrega oficial.

Regresando a la historia, poco a poco fueron apareciendo las construcciones, habitadas por jóvenes familias provenientes de Támesis, Fredonia, Pueblorrico y Tarso, suroeste antioqueño. En 1970, la pequeña escuela La Inmaculada y que dio pie para bautizar el barrio, fue demolida para dar paso a un fábrica, una de las primeras que llegó a esta zona que con el tiempo se convirtió en industrial.

Por aquella época, un pequeño tanque surtía de agua a las familias, las cuales  llegaban a través de los caminos destapados para tomar el líquido en baldes. Años después don Pedro Arredondo y algunos vecinos construyeron el acueducto comunitario, el cual aún suministra el agua a los más de 4 mil habitantes que allí residen.

“El acueducto ha sido muy útil para nosotros, ya lo han mejorado, el agua es tratada pero cuando llueve de la canilla sale lodo, por eso hay que cerrar las válvulas para que no se ensucie el agua”, explica Medina, quien advierte que pese a ello, no quieren que EPM llegue a su barrio. “Nosotros pagamos 6.500 pesos por casa, en cambio con las empresas públicas pagaríamos mucho más y aquí las familias no son de muchos recursos”. ¿Y la energía eléctrica? “¡En ese tiempo el que tenía luz era rico!”.

Medina relata orgulloso la historia de su barrio al paso que sigue su caminar, aunque este no pueda avanzar de manera lineal. La Inmaculada I es conformado por doce calles, pero solo una, la 96 sur, no es cerrada; “este es el barrio de las calle ciegas y malas”, asegura, al renegar por el mal estado de las vías y los carros estacionados en ellas, que según él, ayudan a que se estén deteriorando.

“Este alcalde ha sido muy bueno, ha hecho muchos programas con los niños y abuelos, pero no nos ha arreglado las calles y eso que cada vez que viene me dice que lo hará. Esperemos que sí cumpla”, cuenta mientras llega a la Institución Fe y Alegría, la cual se salvó de desaparecer por cuenta, según habitantes del barrio, de la gestión del mandatario local.

El vigilante abre las puertas del colegio y lo primero que se alcanza a ver es una portería de fútbol y la imagen de una virgen. ¿Es la Inmaculada?, pregunto –No sé- responde el cuidador, -Yo tampoco-, dice Medina. Nació entonces la curiosidad por encontrar la imagen de la patrona del barrio en algún rincón diferente a la capilla. Al buscar por todas aquellas calles cerradas solo al finalizar una, se encontraba la imagen encerrada en un arco de ladrillos de una virgen con vestido blanco y manto azul claro. 

¿Es la virgen Inmaculada?, le pregunto a dos señoras que se encontraban barriendo las aceras, con la esperanza de que finalizara la búsqueda – yo no sé-, respondieron casi al unísono. Tal vez le pregunté a las personas menos indicadas, tal vez son nuevas en el barrio y no conocen su historia o quizá la fe católica es lo que menos importa entre sus pobladores.

Precisamente hace tres años la fe en la vida se hacía más frágil en La Inmaculada I. La disputa entre combos delincuenciales del barrio y sectores vecinos como El Hoyo, llenó de temor a sus habitantes, pero Medina asegura que eso ya es cuestión del pasado, aunque advierte que “no faltan los mariguaneritos, pero esos no hacen nada. Aquí ya se vive muy bueno, todo es muy tranquilo”.

Y tiene razón. Por allí es común divisar desde las ventanas de las casas, a las mujeres trabajando en con su máquina de coser o empacadoras de productos desechables. El colorido de sus calles, por las cuales aún transitan arrieros y donde los que mandan son los niños, refleja la alegría de la Inmaculada I.

Medina, quien no tuvo reparo para interrumpir la fiesta barrial para contar su historia, termina el recorrido sin que se le note el cansancio. Y antes de despedirse, devela de nuevo su deseo: “Ojalá que cuando vuelva, la calle ya esté pavimentada”.

 

Alejandro Calle Cardona

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